Los niños y los jóvenes no son los culpables
Llegué más temprano que de costumbre. Debía reemplazar a mi amigo y compañero, pues le dieron incapacidad médica y por consiguiente, al recibir su llamada, con gusto, acepté inmediatamente, estar a la hora señalada en el lugar del evento.
La cita era con estudiantes de colegios, quienes atenderían talleres y charlas demasiado importantes y se relacionarían con jóvenes universitarios. Había estudiantes de 10º y 11º. Además, arribaron unos chiquillos de 5º grado. Sus edades, entre 9 y 10 años. Niños y niñas.
Casi todos estaban ubicados en los respectivos salones, pues se había organizado un programa para cada institución. Los chiquillos estaban casi desorientados, pues todos los talleres y conferencias habían sido asignadas y ellos esperaban que se les dijera algo. Había dos profesoras con ellos.
Quedaba un salón disponible, pero no había talleristas sino hasta una hora después. Se me ocurrió decirles que siguieran al salón. Algunos de los organizadores me dijeron que para qué iban allá si no había quién los instruyera. Yo les dije que tranquilos. No había problema. En mi usb tenía guardados unos temas interesantes y pensé que podrían ser de gran ayuda.
Entraron y se acomodaron muy juiciosamente. Conecté el vídeobeam, pero antes, decidí hacer algunas preguntas casuales. Charlamos un buen rato, pues a sus edades, había muchas respuestas rápidas y precisas. También, preguntas. Una dinámica abrió el trabajo que tendría durante una hora. Presenté mi charla y la hora se estaba agotando rápidamente. Entraron unos jóvenes de otros colegios, se acomodaron y recapitulé lo realizado hasta el momento.
Sin embargo, al hacerles algunas preguntas, terminando ya mi charla, descubrí situaciones que me dejaron preocupado, muy preocupado.
Los chiquitines habían perdido uno de sus compañeritos dos meses atrás. Se había suicidado. Otros niños, me comentó una de las profesoras, querían hacer lo mismo que su amigo. Una niña había presenciado el asesinato de su padre. Otra, odiaba a sus padres, pues se habían separado y ya cada uno tenía otra pareja. Conversando con ella, me dijo que había pensado suicidarse.
En fin, el final de la mañana no podía ser más triste y melancólico, escuchando historias reales de niños y jóvenes reales.
Un joven me dijo que su papá le pegaba por todo, lo gritaba y estaba aburrido en su casa. Quería irse. No quería volver más al colegio. Tiene apenas 15 años y no desea nada. Su único objetivo, el objetivo de su papá es que termine bachillerato y se ponga a trabajar.
Historias reales. Tristes y dolorosas. No vi rostros demasiado alegres. Sonreían, pero no con el alma.
Recordé que en alguna ocasión, un padre de familia, en Tuluá, donde tuve una conferencia dirigida a padres de familia, me decía que en su época los jóvenes eran distintos, obedecían sin chistar y que correazos no faltaban, pero que respetaban o respetaban. Y me preguntó:
– “¿Por qué los jóvenes de ahora no quieren obedecer y respetar?”.
Mi respuesta para él y para todos en el auditorio fue muy sencilla:
– “Nuestra época fue otra. Estamos en el siglo XXI, siglo de tecnología y elementos nuevos y que brindan a los jóvenes herramientas más rápidas para comunicarse y para vivir, pero que lastimosamente, los padres no han sabido manejar las distintas situaciones que se presentan día a día. No hay abrazos, ni besos, ni caricias. No hay saludos o despedidas, sino frases fuertes, reprimendas y poca conversación.”
Muchos niños quisieran ser televisores para que sus padres los vean y les hablen.
Al despedirme de esos niños y jóvenes, me quedé pensando en todo lo que no se está haciendo en casa, en escuelas, colegios y universidades. No me deprime, sino que me fortalece el encontrarme con estas situaciones. Me preocupan los niños y los jóvenes, porque nadie los trata de entender, sino que los adultos queremos que los niños y jóvenes nos entiendan.
“Es que los jóvenes de hoy…” “Es que en mi época…”. “Es que se perdieron los valores…”. No, no es eso. Ni son los jóvenes de hoy, ni se perdieron los valores, ni es la época. Somos nosotros.
Manuel Gómez Sabogal
manuelgomez1a@gmail.com | Imagen tomada de Pasaba desapercibido