Merodeando desde la Arquitectura
Modernidad y sentidos
Algunos han expresado que los arquitectos (y la arquitectura) se han ido desconectando de la gente. Y es que parece que no se ha superado todo esa sensación que produjo alguna de la arquitectura más emblemática producida durante las primeras décadas del Siglo XX. Personajes emblemáticos, o al menos referenciales de la arquitectura de este período, como lo fueron Le Corbusier y Mies Van der Rohe entre muchos otros, contribuyeron a dar forma a muchos de los preceptos o ideales bajo los cuales la arquitectura poseería entonces características no solo de forma, pero también de contenido concebido ya como un “arte social”. Criterios de organización, control, higiene, asociación a la idea de pre-fabricación y la fascinación por la tecnología emergente, dieron pie a la experimentación con nuevos materiales, con “formas que debían seguir a la función” y en general criterios racionales y estrictamente enmarcados dentro de parámetros utilitarios y cuya plástica quedaba sujeta (al menos en teoría) a elementos que tuvieran que ver con un sentido utilitario, fabril o en último caso a la consideración muy particular de quien “sabía” o representaba ese papel que, en este caso era el maestro arquitecto y cuya expresión se definirían evidentemente como esenciales. Lo asociado a lo artesanal, lo ornamental, queda prácticamente desterrado de este tipo de arquitectura y las expresiones en esa dirección son consideradas como inapropiadas y pertenecientes a un pasado superado. “La máquina”, las eficientes líneas de producción de la industria automotriz representaban una especie de inspiración como modelo a seguir.
Una concepción arquitectónica basada fundamentalmente en la razón, enmarcada en corrientes como el racionalismo, constructivismo y neopositivismo, Así como también en otras más utópicas como lo fueron el futurismo y expresionismo. Así pues, bajo un ideal de orden y progreso, de una ingente e imparable espíritu de los tiempos se erigieron muchos de los edificios aún son consideradas como grandes piezas de la arquitectura moderna. Y en tal sentido muchas de ellas, sujetas a constantes restauraciones, (aunque muchas otras no), permanecen como objetos de museo congelados en el tiempo en un esfuerzo de idealización de lo que se supone representaba los máximos valores racionales del hombre en cuanto a la manera de vivir. Inclusive se llegaron a proyectar ciudades enteras como Brasilia, que representarían el epítome en cuanto a organización y belleza. Solo existía (y quizá existe aún) un detalle no considerado: los seres humanos vivimos como seres biológicos, no operamos como máquinas. Podría decirse que somos racionalmente irracionales. La idea de serialización, control y certidumbre de la razón, poco tienen que ver con las de la natural diferenciación, aleatoriedad e incertidumbre inherente a la condición humana y las emociones. La arquitectura podría quizá volverá pensarse en arquitecturas… en plural, y sobre todo balanceando el claro dominio que lo visual ha ejercido en nuestros tiempos y que pareciera no dar cabida a la presencia del resto de los sentidos.
Odart Graterol
Revista DTyOC