Merodeando desde la arquitectura
Del Entorno
En nuestro entorno físico advertimos casi siempre la presencia de ciertos elementos naturales que se transforman en referencias obligadas, en indicadores indispensables que trascienden los nombres de lugares, esquinas o calles, que relativizan a los mismísimos puntos cardinales ya que poseen una materialidad que los convierten en certezas visibles, definidas, inexorables casi absolutas dentro de un contexto definido; con las que siempre parecemos contar y damos por descontada su existencia.
Parece casi un irrespeto, una grave falta ignorarlos, el no hacerles ningún tipo de alusión al proyectar dentro de su ámbito de influencia. No tomarlos en cuenta podría representar desde un acto de absurda arrogancia, hasta una circunstancia que podría, más temprano que tarde, pasar factura con altísimos e impredecibles costos materiales. Y apartando los posibles costos materiales ¿acaso solo nos debemos a consideraciones utilitarias? ¿Qué no hay poesía y música? ¿Hemos dejado de sentir? ¿Hemos dejado de emocionarnos?
Así las cosas, y donde el sentido común pareciera evitar la pregunta en cuanto a la consideración de lo evidente, aparecen edificaciones que parecen contravenir la aparente naturalidad con la que deberían ser concebidas. No la razón, pero tampoco la emoción, parecen asistir al momento en que se toman consideraciones en cuanto al modo de relacionarse con esos eventos naturales. La sensatez que debería guiar las decisiones sobre asoleamiento, vistas, escala…tan fundamentales para advertir sobre un frente y una espalda. La manera de entrar, de habitar y sobre todo de convivir todos los días con una presencia tan importante parece sucumbir ante consideraciones infinitamente menores: “El aprovechamiento máximo” de hasta el último centímetro cuadrado comercializable, la entrada a un estacionamiento, el lugar de recolección de basura, y hasta un programa forzado producto de algún convenio legal al cual, debido a circunstancias de oportunidad, “hay que darle cumplimiento”.
Para bien o para mal en la arquitectura parece evidenciar de gran manera, como si se tratara de un indicador o termómetro, la capacidad de querer, la pasión, autoestima, racionalidad y hasta la gratitud, de la que sus creadores y usuarios son capaces.
En mi ciudad, Caracas, el cerro el Ávila impone una potentísima presencia. Nos brinda día a día maravillosos espectáculos a los que asistimos en todos los horarios. Sin embargo en otros contextos existen todo tipo de referencias naturales: el mar, un lago, río, una duna, o hasta referencias más cercanas como un árbol o una pequeña colina.
Amigo lector, le invito a que mire alrededor del lugar en el que usted está actualmente y advierta la relación que tiene con ese referente natural cualquiera sea su tamaño, ese gigante del imaginario local con el que seguramente guarda una estrecha relación. ¿Se ve desde su ventana?, ¿fue tomado en cuenta por quien pensó ese lugar donde usted se encuentra actualmente? Tiene entonces a quien agradecer… o aborrecer.
Odart Graterol
Revista DTyOC. Imagen tomada de Panoramio