Sobre las soluciones habitacionales
El auge de la arquitectura moderna en Latinoamérica comenzó a documentarse con cierto rigor a partir de la década de los años 40 del siglo pasado. En las publicaciones que se daban a la tarea de exponer y difundir ante el mundo entero los resultados de la aplicación de los principios de este tipo de arquitectura siguiendo las pautas señaladas por los CIAM (Congrès International d’Architecture Moderne). Estas publicaciones tenían la peculiaridad de mostrar una arquitectura que aún, por su reciente construcción, en muchos casos ni siquiera se encontraban culminadas. Aún se encontraban en obra y solo pudieron destacar la calidad de las obras apostando en ellas como promesa de una nueva manera de habitar, de la solución a los problemas de vivienda que se venían arrastrando por años en la región y que implicaba la transferencia a un hábitat moderno de miles de personas desprovistas de experiencia urbana alguna. Tarea titánica por cierto y merecedora al menos de admiración por sus osadas pretensiones. Aunque el tiempo se encargaría de demostrar, a través de la transformación aleatoria y caótica de los desarrollos construidos y los consabidos problemas sociales implícitos en estos planteamientos de segregación funcional, así como de la distribución de la población en bloques altos de apartamentos en intervalos extensamente espaciados, la no consecución de los objetivos previstos. Sobre todo, en los desarrollos habitacionales, y en una época que se caracterizó por un gran optimismo en la idea de desarrollo como motor e ideal a la solución de los problemas, quedaron, más allá de su funcionamiento, valiosas consideraciones plásticas, de exploración sobre nuevos tipos, sistemas constructivos, así como de durabilidad, posibilidades de mantenimiento, uso de materiales, eficiencia constructiva que parecen no haber tenido resonancia en épocas recientes cuando en un supuesto intento por pensar en nuevas estrategias para la solución al problema de la vivienda en países como Venezuela, tan solo quedará como legado, un vago y amargo recuerdo sobre la improvisación y el consiguiente daño causado a nuestras ciudades, el engaño populista y la pésima factura de las obras realizadas. Quizá el único acierto será el haber dejado constancia fehaciente sobre a quién adjudicar la responsabilidad, aunque la memoria por estos lados de Latinoamérica es corta.
Odart Graterol
DTyOC