Merodeando desde la Arquitectura
La arquitectura es optimista
Podría decir que el mayor o menor grado de optimismo es directamente proporcional a la valoración que de una u otra forma hacemos sobre ella. Y es que cuando proyectamos, lo hacemos imaginando un ideal, una condición sin la cual perdería su razón de ser. Incluso, cuando exprofeso manifiesta una intención o visión pesimista del mundo (caso Expresionismo alemán prebélico de principios de S. XX), lo hace movido por la denuncia y distorsión de una realidad que de una forma u otra se rechaza.
A veces cuando se extrapola a ámbitos más ambiciosos y se mezcla con disciplinas como el diseño o planificación urbana, el paisajismo, y pasa a formar parte de ideas o planes en general más amplios, toca los terrenos de las grandes utopías. ¿Cómo podría ser de otra manera?
Así el oficio se transforma para algunos en un acto de especulación, de proyección de sueños, de predicciones e imaginar los mejores futuros posibles; visto en su justa dimensión: en un acto de fe. Y como todo acto de fe, si no se es lo suficientemente devoto y disciplinado o al menos se tiene algún grado de ingenuidad o candidez (de esa que se cuenta tienen algunos santos y beatos), la realidad constructiva tornará el inicial impulso abrumador del optimismo en versiones más conformistas y con seguridad menos trascendentes de lo que una vez fue un escenario ideal.
De esta manera es relativamente fácil leer en el tiempo que nos deja la arquitectura como testigo de la historia, sobre los diferentes grados de optimismo de quienes nos precedieron. Sus sueños, luchas e ideales. Amores y ambiciones. Autoestima y creencias. Con suerte a veces contamos con documentos de arquitectura no construida que testimonian, sin las limitaciones técnicas correspondientes, esos escenarios ideales que podrían haber ayudado a definir una era y entender algunos acontecimientos históricos vistos desde los estados de ánimo, bríos y en general las emociones, que son las que influyen sobre la toma de decisiones de quienes finalmente se convierten, voluntaria o involuntariamente en detonadores de determinados acontecimientos.
En tiempos difíciles corresponde al menos imaginar mejores presentes posibles que proyectados a futuro redefinan nuevas realidades. No por casualidad en tiempos tormentosos y ante la búsqueda de una salida a los problemas apremiantes es común la aparición de grandes ideas. Sin embargo la arquitectura necesita de ciertas condiciones para materializarse. Cuando no están dadas aún, debemos al menos, quienes nos ocupamos de este oficio, imaginarla con todo el optimismo posible para ayudar a producir un cambio, encontrar una posible solución, denunciar, o al menos estar preparados para cuando llegue el momento apropiado.
Odart Graterol
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