Merodeando desde la Arquitectura
El Parque
En la mañana del día de hoy tuve la oportunidad de asistir a uno de esos eventos diarios, pero a la vez insólitos, que día a día ocurren sin que nos percatemos demasiado de ellos. En una improvisada venta de empanadas, un lugar diminuto sobre el retiro de frente de una parcela ocupada por una serie de construcciones adosadas a lo que alguna vez debió ser una casa nos encontrábamos un muy numeroso grupo de personas, esperando con ansiedad ser atendidos por los empleados del concurrido negocio. Había tan solo una pequeña mesa recostada del único rincón libre de la zona de espera con dos sillas curiosamente desocupadas probablemente por la incomodidad que representaba intentar comer con tal cantidad de personas agolpándose en el lugar. Es de destacar el hecho que la angostísima acera justo a continuación de la entrada, sirve aparte de su propósito original, para que algunos comensales disfruten de pié de sus desayunos mientras esquivan a los transeúntes, maniobrando con notoria destreza, la comida, bebida y hasta los aderezos o salsas complementarias que le agregan a las empanadas.
A unos pocos metros de allí y sobre la acera contraria se encuentra, coronando el final de la calle ciega, un espacio público; concretamente un parque. Este parque público cuenta con bancos, mesas y atracciones para niños. Hermosos árboles ofrecen su sombra y frescor, así como un verde césped parece no mostrar evidencias de uso frecuente detrás de la cerca. La brisa fresca de la mañana tempranera, muy común en la ciudad por estos días agita alegremente las hojas de árboles, flores y hasta de la hierba ya crecida… ¿quizá demasiado en algunos lugares? …donde hasta una ardilla se puede divisar con una sospechosa confianza, curioseando entre las hojas caídas de un árbol.
La cercanía del espacioso y (al menos a la distancia) agradable parque al abarrotado e incómodo negocio de venta de empanadas, y la curiosa preferencia de la gente por la transitada y muy angosta acera no logran en el momento revelarme que algo no está bien. Puesto que habiendo obtenido y pagado una orden completa, me parece casi inconcebible, mantenerse cercano en caso de un antojo adicional por las implicaciones de espera que esto conllevaría. Por lo que en un acto de pretendida astucia de mi parte, decido cruzar la calle con mi pedido ya puesto en una bolsa y avanzar unos 50 metros hasta la entrada del parque, oculta esta por cierto por un camión estacionado y la perspectiva que por la curvatura de la calle no se deja ver.
Los habituales comensales del lugar sabían ya algo que yo, visitante, por primera vez desconocía. Mientras me alejaba del negocio, el sonido de dos niñas en la precaria acera recitando en un juego de palmas me servían de referencia para saber cuánto me iba distanciando mientras me acercaba a la entrada del parque pensando en que la pereza dominaba de una forma absurda a aquellas personas que por no caminar unos pocos metros, no disfrutarían como yo del suculento desayuno.
El parque “público” estaba, como siempre lo está, cerrado.
Odart Graterol
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