Una mente ocupada puede generar un cuerpo hambriento. Muchas veces se nos antoja comer después de una actividad mental intensa, como estudiar para un examen o revisar cuidadosamente hojas de cálculo. Los investigadores especulan que ciertas actividades mentales consumen toda la energía del cerebro, que posee una capacidad limitada para almacenar energía. Así que el cerebro, al sentir que pronto requerirá más calorías para poder continuar, genera el hambre corporal y comemos aunque nos hayamos movido poco o hayamos tenido poco gasto calórico. Este proceso quizá explique el aumento de peso entre los estudiantes universitarios.
Científicos de la Universidad de Alabama en Birmingham (UAB) hicieron experimentos con ejercicio para explicar los atracones de comida luego de estudiar. Gary Hunter, un fisiólogo del ejercicio en la UAB, supervisó el estudio que se publicó en la revista especializada Medicine & Science in Sports & Exercise. Hunter destaca que la actividad extenuante incrementa la cantidad de azúcar y lactato (un efecto de las contracciones musculares intensas) que circulan en la sangre, y aumenta el flujo sanguíneo a la cabeza. Debido a que el cerebro utiliza azúcar y lactato como combustible, los investigadores se preguntaban si un flujo sanguíneo mayor producido durante el ejercicio podría alimentar al cerebro exhausto para reducir la urgencia de comer en exceso.
El laboratorio de ejercicios de UAB invitó a treinta y ocho estudiantes universitarios para evaluar su estado físico y su metabolismo, además de preguntarles cuál es la pizza que más les gusta. Más tarde, los estudiantes se sentaron tranquilamente durante 35 minutos antes de comer la cantidad que quisieran de su pizza favorita (para establecer el punto de referencia de su autocomplacencia). Unos días después, los voluntarios regresaron y durante 20 minutos tuvieron que resolver una selección de exámenes de admisión para universidades y posgrado. Hunter dice que esta práctica se ha utilizado en otros estudios “para provocar fatiga mental y hambre”.
Después, la mitad de los estudiantes se sentaron en silencio por 15 minutos antes de que les ofrecieran pizza. El resto de los voluntarios pasaron esos 15 minutos ejercitándose en una caminadora por intervalos: cinco series de dos minutos de carrera intensa seguidos de un minuto de caminata. Este es el tipo de rutina intensa y breve, dice Hunter, que debería propiciar la liberación de azúcar y lactato en el flujo sanguíneo.
También se les permitió atiborrarse de pizza; sin embargo, en términos generales, no comieron de más. De hecho, los investigadores calcularon que los que se ejercitaron consumieron más o menos 25 calorías menos que cuando se hizo la sesión para establecer el punto de referencia. Los que no se ejercitaron consumieron casi 100 calorías más. Cuando los investigadores incluyeron las calorías que gastaron en la sesión de ejercicios, determinaron que el primer grupo consumió 200 calorías menos en total después de las sesiones de ejercicios mentales que los estudiantes que estuvieron en reposo.
El estudio tiene limitaciones, por supuesto. “Solo nos enfocamos en el almuerzo”, dijo Hunter. Los investigadores no saben si los corredores consumieron calorías extra en la cena. Tampoco saben si otro tipo de ejercicio tendría el mismo efecto que correr, aunque Hunter sospecha que si una actividad ocasiona que alguien sude, también podría aumentar el azúcar y el lactato para alimentar el cerebro y disminuir la sensación de hambre.
Vía NY Times