La vida presenta situaciones confusas que atacan nuestra dignidad, ética y moral creando una cortina de humo que no permite dilucidar una solución clara cuando debemos decidir si perdonar o no a alguien. Siguiendo a los filósofos Comte-Sponville y Jankélévich, podemos definir los siguientes “no”:
1. Perdonar no es absolver. No implica borrar la falta como por arte de magia o hacerla a un lado como si nada hubiera pasado. El hecho queda registrado en la historia y, por tal razón, el pasado siempre está vivo de alguna manera en la memoria.
2. Como consecuencia de lo anterior, perdonar no es olvidar. El perdón no es amnesia, entre otras cosas, porque no sería adaptativo borrar al infractor de nuestra base de datos y quedar por ingenuidad en riesgo de un nuevo ataque. ¿Cómo olvidar al explotador y evitar que vuelva a estafarme? El silencio en estos casos resulta ser cómplice.
3. Perdonar no es otorgar clemencia, porque no ejercemos la función de jueces, al menos en la vida normal de relación. No somos quiénes para decidir el tipo de castigo o su intensidad. Se puede odiar sin agredir y se puede castigar sin odiar.
4. Perdonar no es sentir compasión. La compasión te solidariza con el dolor de la víctima, es una “virtud afectiva”, se trata de sensibilidad, de solidaridad emocional o de contagio, ya que el dolor ajeno nos toca o se refleja a través nuestro.
5. Perdonar no es renunciar a la justicia. Recuerdo el caso de una señora que descubrió que su marido intentaba estafarla en un negocio sucio. Después de meditar varias semanas, me dijo: “Lo he pensado bien y he tomado una decisión: lo perdono, pero me voy a separar”. El acto de perdonar no entraña que debamos renunciar a defender nuestros derechos o dejar de luchar por lo que creemos, más bien se trata de no entrar en el juego del odio.
¿Te gustaría encontrar la liberación emocional gracias al correcto uso del perdón? Solo debes aprender a conocerlo, reconocerlo y canalizarlo.