En el año 335 a .C., al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad, tres veces mayor, a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha. Habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo:
Observen cómo se queman los barcos, ésa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con sus familias nuevamente ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla ya que sólo hay un camino de vuelta y es por mar. ¡Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos!!!!
¿Cuántas veces la falta de fe, el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro; nos priva de conseguir nuevos éxitos, nos hace renunciar a los cambios, nos hace renunciar a los sueños, nos hace negar los anhelos y las metas que están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones?
No se si históricamente esto le ocurrió a Alejandro Magno, pero la historia dice que muchos otros grandes capitanes de la Humanidad han quemado sus naves. Se dice que los espartanos lo hacían, Homero en la Ilíada dice que los griegos lo hicieron al sitiar Troya, y que Cortés cuando llegó a América también. Sin embargo, lo importante es la metáfora que trae este post.