Por Andrés Macías Samboni
La Semana Santa es “Santa” de acuerdo con las creencias, las concepciones de Dios y la religión que profese cada persona. La religión católica, por ejemplo, conmemora en esta época la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, quien como lo rezan las Sagradas Escrituras, es el hijo de Dios que se hizo hombre para salvar a la humanidad de sus pecados, muriendo crucificado hace más de dos mil años. Dicha conmemoración cobra un significado trascendental para muchas personas creyentes en todo el mundo; por lo que, durante esta semana las peregrinaciones son protagonistas en destinos diversos y de formas diferentes.
En nuestro país, el 57 por ciento de los colombianos tienen como credo predominante el catolicismo, tal como lo muestra la investigación “Diversidad religiosa, valores y participación política en Colombia”, desarrollada, entre otros, por la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, y la Universidad Nacional de Colombia, (en diciembre de 2020). De este porcentaje indicado, muchos se conglomeran para vivir las celebraciones litúrgicas en diversos santuarios, catedrales e iglesias parroquiales. Otros tantos, aprovechan los días festivos para descansar o visitar a sus familiares y también para vacacionar en el mar, en el Desierto de la Tatacoa, en la Sierra Nevada de Santa Marta o en otros lugares que estén al alcance de sus presupuestos. Mucha gente, por el contrario, aprovecha esta semana para rebuscarse el pan de cada día con los visitantes. Para todos hay cabida, ya que, entre otras cosas, este tipo de eventos dinamiza la economía del país, gracias al turismo.
En este sentido, Popayán, la capital del departamento del Cauca, por dejarlo en evidencia, siempre ha sido protagonista y más cuando las procesiones de Semana Santa fueron declaradas por la UNESCO, en 2009, como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, las cuales atraen a miles de visitantes que se fascinan con el rigor y la solemnidad de los participantes al llevar en andas figuras que representan la pasión de Cristo. Es un acto de devoción que reúne a las personas para alumbrar hasta altas horas de la noche el recorrido por el centro histórico, pero también un espectáculo para quienes visitan la ciudad blanca de Colombia, cuyas fachadas coloniales en esta época son más blancas por obvias razones, así como los huecos tapados y los indigentes del centro escondidos.
Como Popayán, también existen otros sitios de obligatoria peregrinación para los creyentes en Colombia; por ejemplo, La Basílica del Milagroso en Buga, Valle del Cauca, El Santuario de la Virgen de las Lajas, en Ipiales Nariño, La Basílica Santuario del Señor Caído de Monserrate, en Bogota D. C. entre otros. Todos tienen el mismo propósito religioso y hacen parte de la idiosincrasia y las tradiciones culturales de los colombianos, alrededor de las cuales, también se tejen muchos mitos y supersticiones.
Al tenor de los actos litúrgicos que muchos creyentes vivencian en esta semana, quiero invitarlos a reflexionar sobre la fe y la razón. Dos conceptos que, acorde con el Papa Juan Pablo II, “son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Una verdad que no va más allá del conocimiento de sí mismo, sobre el sentido de la vida, de su propia existencia. Pues, creer es un acto de fe y la fe es un acto de libertad personal que conllevan a la búsqueda de una verdad divina, por ello, la filosofía se concatena con la fe cuando nos preguntamos: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida?, como bien lo afirmaba Juan Pablo II, en la Carta Encíclica Fides Et Ratio (1998), “Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia”.
Y la existencia, por su parte, tiene un origen que, desde mi perspectiva es divino; por lo tanto, creo en un Dios creador y vigilante de su creación, el cual protege y acompaña, guía y fortalece. Así que, parafraseando al Sumo Pontífice: la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como necesario lo que la fe le presenta, esto cobra sentido cuando nos preguntamos por la existencia de un Dios intangible, pero visible en las obras creadas en la naturaleza y en la existencia humana. De modo que, independiente del credo religioso que profesemos, el deseo de la verdad que pertenece a la naturaleza humana nos debe conducir a encontrarla en Dios.