Supervivencia de los más ineptos
El Plan MacArthur, cero corrupción y solo honor
Cuando se habla de planes para la recuperación económica de países devastados por guerras, hay uno emblemático que por su envergadura y rotundo éxito viene de inmediato a nuestra memoria, me refiero al Plan Marshall y es que caló un privilegiado puesto en la historia al suscitarse en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial en aquel sangriento siglo XX; sin embargo paralelamente en Japón se logra cumplir con otro ambicioso plan que exigía un quirúrgico manejo de las variables geoestratégicas, especialmente en un contexto en el que las potencias ganadoras se disputaban controles territoriales, pues bien es en este complicado entorno en el que se concreta de manera magistral el Plan MacArthur.
Si después de guerras devastadoras con millones de víctimas se implementan entre sus actores planes de recuperación económica para evitar que los perdedores entren en caos financieros, por qué estos planes no se activan con ese mismo empuje en naciones que sufren permanentemente de hambrunas y demás miserias. Una respuesta honesta y cruda que normalmente no la obtendríamos de ningún actor internacional, es que salvo espasmódicos despliegues propagandístico o el esfuerzo titánico de nobles organizaciones sin fines de lucro, básicamente existen dos factores que definen esta inacción, el primero es que los posibles participantes no visualizan ninguna ganancia como retorno, y el segundo es que los registros históricos han develado a los receptores como ineptos, es decir que por mas asistencias que reciban no son capaces de sustentar cualquier estado de bienestar al que se les haya llevado por acción de un plan de asistencia temporal.
Todo lo contrario ocurre en otros escenarios en los que naciones que han sido prácticamente arrasadas logran no solo recuperarse sino potencializar y mantener su desarrollo, es el caso de la reconstrucción de Japón después de su rendición en septiembre de 1945, a través de la implementación en forma impecable del colosal Plan MacArthur. Pero más allá de las impresionantes fases en que se desarrolló y el denodado espíritu de sacrificio y trabajo por parte del aguerrido pueblo japonés, es justo señalar que entre los factores que permiten concretar esta hazaña resaltan dos que deberían ser permanentemente recordados y estudiados, son estos la sagacidad y la honorabilidad.
Sagacidad, cuando el General MacArthur tiene por delante semejante reto, como es el de producir cambios políticos, económicos y sociales en una nación tan aferrada y encerrada en su cultura milenaria, debe medir con precisión cada ajuste en ese difícil proceso. El primer elemento o uno de los más complicados para manejar era qué hacer con la figura del emperador, el solo imaginar que su pueblo nunca lo había visto personalmente, al extremo que sus súbditos ante su paso tenían que inclinarse bajar la cabeza y no solo eso debían temblar, sudar y llorar porque era DIOS; pues ante esta figura que los americanos, rusos, australianos y demás aliados catalogaban como criminal de guerra y aspiraban fuera ejecutado, MacArthur decidió utilizar (no perdonar) al “Hijo del Sol”. En alguna oportunidad le comentó a un oficial que se imaginara al pueblo japonés irse a la guerrilla para vengar la muerte de su Arahitogami (que significa en japonés “Dios que en estos momentos tiene forma de persona”), eso significaría una guerra eterna y muy onerosa.
Honorabilidad, ya en el campo económico propiamente dicho se propuso transformar la industria y la agricultura, lo que implicó ingentes recursos que de haber sido manejados sin probidad simplemente la corrupción y otros desmanes los hubiesen dilapidado, dando al traste con cada una de las aspiraciones de este plan.
Sus resultados están allí, hoy Japón es una gran nación respetada por sus instituciones, sus tradiciones y su gran desarrollo tecnológico.
Edgar Padrón
DTyOC | Imagen tomada de El Diario