Superviviencia de los más ineptos
El Árbol y el fin de las guerras religiosas
Las devastadoras guerras religiosas que han pasado y que siguen pasando nos indican que el hombre (el conflicto que camina) aún imbuido en sabios preceptos religiosos de amor y paz, no deja de ser retorcido y busca afanosamente con sus interpretaciones arribar a la violencia con la excusa de su credo.
A continuación los principales preceptos de una milenaria religión (Wikipedia):
- Igualdad: igualdad de todos, al margen de diferencias de sexo, raza o religión.
- Respeto a todas las formas vivientes. Condena de la opresión del ser humano, y de la crueldad y sacrificio de animales.
- Ecologismo: la naturaleza es central en su práctica.
- Trabajo duro y caridad.
- Lealtad y fidelidad a la familia, la comunidad y el país.
Pareciera imposible que de estos sabios preceptos alguien sumido en una enrevesada exégesis optara por tomar un fusil y un tanque para arrasar, por decir lo menos, con los que él considera infieles. Pero así es la raza humana de compleja y sus casos de violencia por factores religiosos han sido reseñados históricamente por miles de años. Lo más preocupante es que todo indica que en el futuro continuará esa impronta de masacres orquestadas bajo el manto de los credos, siendo poco probable que se logre un convivir armonioso entre las diferentes creencias, salvo un milagro o un cambio evolutivo (según sea el caso) que ofrezca las condiciones ideales para concitar la tan anhelada paz.
Todas las religiones convergen o tienen como sustrato común el bien de la humanidad, pero más allá de sus puntos de encuentro resulta ingenuo esperar solidaridades entre ellas. Donde sí encontramos solidaridad es entre el hombre y la naturaleza (aunque tristemente no sea en forma absoluta), ya que ésta es parte central de la vida en la tierra y sin ella desapareceríamos con o sin religiones, de allí que “La naturaleza siempre ha sido aliada de la religión al prestar su pompa y su riqueza al sentimiento religioso” (Burke, 1961, pág. 27). Todos los dogmas deben comulgar con la naturaleza porque ella es nuestro único refugio, de allí que el simbolismo religioso siempre enfocará, ya sea a través de metáforas o en forma directa, a la madre naturaleza como un regalo de dios y por ende como un atributo divino al que debemos honrar.
Diversas mitologías, filosofías y religiones tomaron de la naturaleza a un ser muy especial como símbolo de vida e ideario altruista, quien les ha servido para modelar sus enseñanzas, generando una asociación tan estrecha que la evolución del comportamiento religioso ha ido de la mano con él, por algo los griegos llegaron a afirmar que fue el primer templo de sus dioses, inspirados seguramente en que sus antepasados moraron en él. Pero más allá de especial hay que encumbrar su consideración a vital, me refiero al ÁRBOL, sin él no hay paraíso.
Su magnanimidad fatalmente no es valorada por una humanidad en su gran mayoría mezquina, eso a pesar de tantas religiones, ojalá en caso de repetir o surgir un profeta en estos tiempos de la internet y sus redes sociales, lo eleve y al pregonar en forma simple y directa (para no dar cabida a interpretaciones tendenciosas) el respeto que merece tan valioso ser, sembrará y cosechará devotos que al fin obren por esa paz que hasta ahora nos ha sido tan esquiva.
Referencias
Burke, K. (1961). Retórica de la Religión. Estudios de Logología. Méjico D.F.: Fondo Cultura Económica.
Edgar Padrón
DTyOC