Supositorios radiactivos, y otras maravillas
Hay o han habido supositorios radiactivos, cremas faciales, pasta de dientes… y por supuesto todo tan inútil como nocivo e incluso mortal. En este momento ya sabrán que cuando me refiero a supositorios radiactivos no me refiero a misiles cargados con cabezas nucleares o cosas similares, sino a supositorios humanos, de esos que se introducen por donde la espalda deja de serlo.
Empezaremos por los laboratorios Radio Bailey Inc. de New Jersey, que pusieron en el mercado un producto llamado Radithor cuyas facultades eran espectaculares: curaba todo y ofrecía alegría perpetua. El Radithor era agua destilada y radio 226 y 228, ambos elementos muy radiactivos. Esto ocurrió hace casi un siglo, en 1918, y entonces se pensaba que la radiación era buena para casi todo, aunque el producto tuvo que ser retirado cuando una de sus principales consumidoras, que además era una dama de la alta sociedad estadounidense, murió tras haber consumido más de mil botellas. Tuvo que ser enterrada en un ataúd revestido de plomo porque el cadáver era también radiactivo. Curiosamente el eslogan con el que se lanzó Radithor al mercado, remarcando esa capacidad suya para levantar el ánimo, era “Una cura para los muertos vivientes”.
Pero como decía al comienzo, en aquel tiempo la radiactividad se tenían por algo beneficioso en términos generales y así en 1930 la crema facial Tho-Radia se vendía con éxito en Francia a pesar de contener 0,5 gramos de cloruro de torio y 0,25 de bromuro de radio por cada 100 gramos. Unos años después apareció en el mercado Doramad, una pasta de dientes alemana que, según decían, gracias a la radioactividad reforzaba los dientes y las encías. La dosis de producto radioactivo en este caso era bajas y por lo tanto la pasta no era letal en sí misma.
Aunque todo esto pueda parecerles sorprendente, no hemos llegado aún al culmen de lo inesperado, al menos en mi opinión. En 1931 la empresa Burk & Braun lanzó al mercado Radium Shokolade, un chocolate para disfrute de niños y mayores, por supuesto con su dosis de radioactividad. Y qué me dicen de Vita Radium, un producto para el uso rectal por parte de los hombres, como se decía en su publicidad. Esos supositorios devolvían el tono del sexo y conferían energía a todos los sistemas, nervioso, glandular y circulatorio, de nuevo, según la publicidad. Y no acababan ahí sus beneficios, eran buenísimos contra las hemorroides y las llagas rectales. Cualquiera diría que no dejaban nada vivo a su paso, literalemente.
Qué gran elemento publicitario fue la radioactividad durante décadas, y eso a pesar de saber ya de sus peligros, pero no hay nada como una palabra, una tecnología o una moda, sin más, para aumentar el valor de algo a los ojos de los compradores. Poco hemos avanzado en ese sentido, y si no me creen, dediquen 10 minutos a la teletienda y sus tecnologías avanzadas.
Vía Curistoria