Y otras cosas
Sobre la envidia: esa “insoportable” presencia del bienestar ajeno
Hace un tiempo, en una escuela de crecimiento personal a la cual pertenezco, me correspondió el “honor” de hablar sobre la envidia, la cual percibo como la tristeza ante el bien ajeno: un sentimiento descrito por una sensación de desencaje emocional al ver que a otra persona le vaya bien en cualquier cosa, o quizás codiciar sus pertenencias, lo que trae consigo una cadena perniciosa de deseos como por ejemplo el querer que la otra persona no goce lo que posee. Ahora pensemos: ¿cuál es el espejismo del cual el envidioso es víctima? Fácil: como los malos sentimientos tienen a la mentira como madre irresponsable, el envidioso gasta tiempo en corroerse dando por hecho o aceptando en forma tácita que lo que tiene el otro es quimérico o inalcanzable, adjudicándole un valor exagerado a las cosas por el hecho de estar ellas en manos de otro. Es un sentimiento versátil, ya que puede nacer o ser inducido, y tiene una prima lejana buena, llamada sentido de competencia. La veo como una enfermedad espiritual terminal, ya que puede tener una larga duración, y hay casos en los cuales la persona cree que está curada y cuando menos lo espera, cualquier señal la devuelve a su pasado crónico. Ahora bien, tiene una singularidad: por lo general destruye al envidioso y no al envidiado. Salvando las distancias, coincido con el Sr. Fernando Sabater cuando afirma que “el envidioso es más desdichado que malo”, y coincido en razón de que considero, en lo personal, a la envidia como una de las manifestaciones residuales más comunes de la incompetencia y de la holgazanería, lo cual es inmensamente triste. El envidioso pasa gran parte de su tiempo en sentir “las mieles” de su pesar, en vez de luchar por brazo propio y partido por obtener en forma legítima lo que ve en los demás. Se la pasa diciendo que el otro no merece lo que disfruta, llevándolo a tejer intrigas, a mentir, a engañar, en fin, a manifestar un universo de conductas a toda luz mediocres. La envidia es realmente democrática, afecta a ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y adultos, sin mayor distinción, de allí el que perciba que la envidia iguala a las personas, pero en la peor dirección: las iguala hacia abajo. Pero no se preocupen, hay una vacuna contra la envida: inyéctese optimismo, ganas de superarse, respeto y amor por los demás, tolerancia y sentido claro de sus metas personales, y no habrá espacio en su corazón para esta triste enfermedad, o por lo menos, no tendrá tiempo de sentirla porque estará muy ocupado buscando su propia felicidad y éxito personal.
Jorge Sánchez | Revista DTyOC