Una mujer de 35 años que asistía a nuestro centro psicológico debido a una depresión ocasionada por la imposibilidad de tener hijos, llegó un día a la consulta con la terrible noticia de que se le había diagnosticado un melanoma avanzado.
Como era obvio, la terapia dio un giro y se orientó a brindarle ayuda para enfrentar el cáncer terminal. Lo sorprendente ocurrió cuando al mes de haberse presentado estos hechos, la paciente descubrió que llevaba dos meses de embarazo.
La inesperada noticia produjo un impacto abrumador, tanto en el equipo de terapistas como en su familia. Tantos años tratando de estar encinta y cuando por fin se logró la meta, aparecía un cáncer devastador que arrasaría con dos vidas.
No obstante y pese a todo, ella comenzó a preparar el ajuar del bebé como si nada hubiera ocurrido. Inexplicable y repentinamente, su estado de ánimo había mejorado, estaba más activa, animada y contenta que nunca. Pues, contra todos los presagios negativos de los exámenes, la incredulidad de los especialistas, oncólogo y psicólogos incluidos y el escepticismo de su esposo, la señora sobrevivió.
En la actualidad, ella y su hijo de 12 años gozan de excelente salud. Cuando en una ocasión se le preguntó cómo se sentía después de haber ganado semejante batalla, contestó: “No sé… Estaba tan feliz de haber quedado embarazada… Creo que no libré ninguna batalla…Yo no luché…Solamente me sentía la mujer más dichosa del mundo. Dios me mandó el bebé y no podía defraudarlo”.
Este relato, más allá de la espectacularidad que suele acompañar los casos de recuperación espontánea, enseña algo muy bello y sencillo: la alegría y el amor van de la mano. La alegría es la risa de Dios.
Walter Riso | Vía Phrónesis