Por Manuel Gómez Sabogal
Estuve mes y medio en la Clínica Comfamiliar de Pereira. Al comienzo, pensé que no sería tan grave el asunto, pero con el paso de los días, todo se complicó. Ingresé el 7 de enero de 2019 y salí el 20 de febrero del mismo año.
Durante esos días, “me fui” 3 veces. Los médicos llamaron a mi familia y le dijeron que, si anochecía, no amanecía. Un sacerdote, creo que era capellán ahí, arrimó a mi cama y me dijo que me veía muy mal. Que si deseaba confesarme. Como inspirado, le contesté: – “ya lo hice”. Y su respuesta fue: – “aquí, el único sacerdote soy yo”. – Le contesté: “Me confesé con Dios, anoche”. Y no me creyó. Salió sin decirme algo.
Recuerdo que, desde ese día mi paz interior es increíble. Aun hoy, siento mucha alegría interior, mucha paz en el alma.
Hoy, escribo textos más humanos, deseando que haya más ternura, afecto y abrazos. Siento que soy distinto en relación con años anteriores.
Por eso, me duele que muchas personas que se dicen católicas o cristianas vayan a celebraciones eucarísticas, misas, cultos, asistan a una iglesia o sitio de recogimiento, comulguen, ofrezcan paz, abracen y salgan a hacer o decir las mismas cosas. O peor, con odio en el alma.
Parece como si en dos años, después de tantas pérdidas de familiares y amigos cercanos, muchos no cambiaron su manera de pensar. Hacen lo mismo, viven igual. La vida no los ha cambiado.
Estos dos años, han sido años de pruebas. Años para reflexionar en lo que se debe cambiar. No para seguir en lo mismo, sino para ser diferentes, distintos. Verdaderos seres humanos.
No, por favor, quedan unos días importantes como para desperdiciarlos. Cada día es maravilloso y el hoy es genial.
Hoy, se deben perdonar todos los errores de los demás. O creer que los errores son solamente de los otros. Que no se es culpable. Debes dejar los odios. Odiar es demasiado malo y más cuando se odia a personas cercanas, en especial a familiares. No es ir a la mesa a celebrar nochebuena el 24 o Navidad el 25 y saber que una o dos personas no pueden sentarse ahí, porque hay odio, rencor.
Recuerdo una maravillosa canción en este momento: “Uno mismo”.
“Cuando a veces nos cegamos fue que no quisimos ver
Y el porqué de equivocarnos, casi siempre es aprender
Uno mismo se pierde, uno mismo regresa
Somos responsables de nuestra felicidad
Que uno mismo comienza
Después de andar esos caminos
Uno mismo se odia o uno mismo se ama”
Cuando odias, no odias al otro, sino a ti mismo. No odies, por favor. Mereces que haya paz en tu interior. No te compliques la vida.
Deben tenerse en cuenta valores como la solidaridad, la unión, el amor, la paz y la esperanza muy propios de la época de Navidad.
Con todo lo que ha ocurrido en 2020 y este 2021, sea el momento para una gran reflexión y para hacer cambios verdaderos y sinceros. No solamente palabras bonitas, sino que haya una metamorfosis para que el mundo sea diferente.
El mundo sería distinto si hay un cambio interior. Si esa felicidad se hace llegar a los demás. Si brillas para que los demás sean también luz para otros.
Para qué árbol de Navidad, luces alrededor de la casa, fiesta, nochebuena, cena de Navidad, si dentro del alma predominan el odio, el rencor, la envidia, la ira, la venganza…