Hace casi cinco años, en mi primera columna de State of the Art, presenté un plan para sobrevivir a lo que se estaba convirtiendo en una época turbulenta en el mundo de la tecnología.
En ese entonces, la tecnología parecía emocionante y transformadora. Podías usar un teléfono inteligente para pedir un auto como si fueras alguien muy importante. Podías hacer videollamadas con gente de todo el mundo, como en Los supersónicos, y parecía que algunas personas usarían las nuevas tecnologías para acabar con el yugo de la represión. Eran los días de los milagros y las maravillas.
Sin embargo, la tecnología también resultaba confusa. Había muchas cosas nuevas. Cada año se lanzaban nuevos móviles con mejores capacidades, fabricados por muchas compañías emergentes y con novedosas aplicaciones supuestamente revolucionarias, por lo que era fácil perderse en la propaganda. También era sencillo elegir el caballo equivocado. No había garantía de que una novedad u otra durara hasta el año siguiente.
Por ello, con el fin de aprovechar las innovaciones al máximo y evitar apostarles a los perdedores, mi consejo inaugural a los lectores era seguir estos pasos: comprar hardware de Apple, usar servicios en línea de Google y ver los medios digitales en Amazon.
Ahora ha llegado la época de mejorar y actualizar esos consejos porque esta será mi última columna en estas páginas (no me iré lejos: escribiré para la sección de Opinión de The New York Times a partir del año próximo).
La industria de la tecnología en 2018 es mucho más relevante de lo que era en 2014, cuando comencé este empleo. Es más grande, más dominante y, en todos los aspectos, más peligrosa. También es menos susceptible a presiones externas: las compañías más importantes son más poderosas que nunca y, en muchos casos, los gobiernos —sobre todo Estados Unidos— han demostrado ser poco eficaces al frenar sus excesos.
¿Cómo debería navegar esta industria descabellada alguien como tú: un usuario ético e íntegro de la tecnología? Ofrezco tres nuevas máximas para sobrevivir la siguiente era de la tecnología. Espero que les prestes atención; el mundo depende de lo que elijas.
No solo veas el producto, también considera el modelo de negocios
Hace poco —en los primeros días de los teléfonos inteligentes, las aplicaciones móviles y la misteriosa “nube”— explorar el mercado para obtener nueva tecnología podía ser riesgoso. Podrías comprar un celular o una tableta cuyo fabricante fracasara con rapidez. Muchas cosas no funcionaban bien: respaldar tu información era un dolor de cabeza, mantener organizadas tus fotografías a través de distintos dispositivos era una pesadilla e incluso las tecnologías que sí funcionaban te dejaban lleno de culpa y preocupación. ¿Recuerdan la maldición de los correos basura o cómo tenías que pagar demasiado por enviar mensajes de texto?
Algo extraño e inesperado ha pasado en los últimos cinco años: mucha de la tecnología mejoró notablemente. De manera lenta pero segura, gran parte de nuestras dificultades más básicas se solucionaron. Nada es perfecto pero, para la mayoría de la gente, la era del móvil ha traído simplicidad a la tecnología por primera vez.
No obstante, eso ha planteado un nuevo problema: si todo funciona, ¿cómo se supone que elijas qué comprar? Mi consejo es que no solo consideres el buen funcionamiento de un producto. Fíjate en quién lo fabrica y cómo se vende. Antes de que elijas un nuevo dispositivo, considera la ética de la compañía, su moral, su marca y su mensaje.
Si no te sientes cómodo, busca alternativas (el año pasado, por ejemplo, cambié de Uber a Lyft y no me he arrepentido). Lo más importante es que, cuando elijas tecnología, es sabio considerar el modelo de negocios, porque en la compra y la venta de un producto, más que en el uso, es donde puedes averiguar mejor sus peligros.
Por ejemplo: aunque la línea Pixel de Google es muy buena —una opción mucho más asequible con algunas funciones por las que los usuarios de iPhone matarían— me quedo con los celulares de Apple porque aprecio la simplicidad y sus ventajas de seguridad. Le pago a Apple una cantidad enorme de dinero por el dispositivo, y ellos se encargan de protegerme de algunos de los peores peligros digitales.
No dudo de la capacidad que tiene Google para crear dispositivos geniales. Sin embargo, puesto que Google genera la mayor parte de sus ganancias a partir de la publicidad y, debido a que el negocio de los anuncios en internet es el origen de todas las cosas terribles que hay en línea, preferiría no hundirme más en ese pantano.
De igual manera, me pareció que el nuevo dispositivo de videollamadas de Facebook, Portal, es muy bueno, pero jamás lo compraré. Además del hecho de que Facebook depende de los anuncios dirigidos, la empresa ha abusado en repetidas ocasiones de la confianza de sus usuarios, sin mencionar el menosprecio que ha mostrado por ideas más abarcadoras, como la democracia. Portal es un buen producto, pero no tanto como para no evitarlo.
Evita alimentar a los gigantes
Uno de los aspectos que no ha cambiado en los últimos cinco años radica en los protagonistas del sector. Cuando comencé a escribir esta columna, Apple, Google, Facebook, Amazon y Microsoft eran las empresas más grandes e influyentes de la tecnología. Actualmente, incluso con problemas en el mercado bursátil, los mismos cinco gigantes están en la cima.
Una y otra vez me he opuesto a esa concentración de poder: el dominio creciente de los gigantes de la tecnología arruina la innovación, socava la elección del consumidor y en general hace que gran parte de la industria sea ingobernable. Los legisladores en todo el mundo ahora están dándose cuenta y es posible que en los siguientes cinco años veamos estrategias de regulación más firmes para el tamaño y el alcance de estos colosos.
Sin embargo, no tienes que esperar a que los políticos hagan algo al respecto. Tus decisiones como consumidor también son importantes; para una industria mejor y más sana, hay que evitar alimentar irracionalmente a los gigantes siempre que se pueda. Si tienes la opción de comprar algo fabricado por uno de los Grandes Cinco o alguna marca independiente, elige esa última.
Este es un ejemplo: aunque me gusta el hardware de Apple y aprecio su modelo de negocios, me he alejado de Apple Music, su servicio de música por suscripción. Para mí, Spotify es superior en todos los aspectos. Su aplicación funciona mejor (su algoritmo de recomendación de música es sorprendentemente bueno), lanza funciones innovadoras a un mejor ritmo y puedes reproducir sus canciones en más tipos de dispositivos.
Lo mejor de todo es que Spotify es una empresa independiente. Cuando la contrato, de una manera pequeña, estoy repartiendo la riqueza de la industria.
No obstante, hay algunas desventajas. Apple le ha dado preferencia de manera descarada a su propio servicio en sus dispositivos así que Siri, por ejemplo, pone música del servicio de Apple, pero no de Spotify. Sin embargo, es precisamente ese tipo de jugarreta la que espero disuadir al invertir mi dinero en otras empresas.
Hay muchos otros ejemplos para buscar más allá de los gigantes. Puedes usar Dropbox en vez de almacenar tus cosas con Apple y Google. En vez de Microsoft Word o Google Docs, escribo en Ulysses, una aplicación ligera de edición que es más veloz y elegante que cualquier competidor de las grandes empresas tecnológicas.
Sin importar qué estés buscando, lo más probable es que haya algún producto innovador fabricado por una empresa más pequeña que merece al menos tu consideración si no quieres darle tu dinero.
Tómate tu tiempo para adoptar nuevas tecnologías y baja el ritmo
Una de las razones por las que la industria de la tecnología se ha vuelto tan terrible es que muchos de nosotros no pudimos apreciar el poder colectivo de las decisiones. Hace diez años, los teléfonos inteligentes parecían dispositivos divertidos y las redes sociales, un pasatiempo inofensivo; pocos veían las implicaciones para la sociedad en su ubicuidad, sin mencionar a las personas que dirigían las empresas y creaban estos productos.
La lección de la década pasada es que nuestras decisiones tecnológicas privadas pueden alterar las economías y las sociedades. Nuestras decisiones son importantes. Y lo son aún más en la precipitación salvaje, cuando todos parecen seguir la tendencia más novedosa, porque es en esos momentos atropellados que perdemos de vista los riesgos que implica que nos rindamos ante la tecnología.
Por eso la lección más importante que he vislumbrado al escribir esto es: frena un poco, no elijas lo más nuevo. Si no está lleno de errores o pesadillas de seguridad, seguramente tiene algún otro riesgo inesperado y emergente y, sin importar los beneficios a corto plazo, quizá después te arrepientas.
Sí, la tecnología podría mejorarlo todo, pero debemos estar alertas para observar las maneras en que podría empeorar las cosas, cómo los vehículos autónomos podrían provocar más tránsito, cómo el internet de las cosas podría provocar el apocalipsis, cómo las redes sociales podrían arruinar la democracia.
¿Acaso esos son peligros poco probables? Quizá. Pero vivimos en una época impredecible. Lo poco probable sucede. Ten cuidado. Tómate tu tiempo.
Vía New York Times