A principios de junio, la Universidad de Harvard anunció que le retiró la admisión a diez estudiantes que compartieron imágenes ofensivas dentro de una conversación grupal de Facebook que pensaron era privada. Los estudiantes publicaron memes e imágenes en las que se mofaban de las minorías, de ataques sexuales y del Holocausto, entre otras cosas.
A lo largo de los últimos años, los memes —por lo general imágenes o videos con textos que pretenden ser sarcásticos o graciosos— se han convertido en una de las formas de comunicación más populares utilizadas por los jóvenes dentro de las redes sociales. Parte de esa comunicación puede ser positiva, aunque también puede hacer que se metan en problemas.
Compartir videos, imágenes y memes puede traerle a la persona algunas respuestas positivas en las redes, lo que después perpetuaría ciertas malas decisiones. En un ambiente donde los adolescentes pasan cerca de nueve horas diarias utilizando algún tipo de medio digital, es fácil que lleguen a tomar juicios de valor según el número de me gusta que recibe alguna publicación.
He pasado casi dos décadas trabajando con adolescentes en torno a la organización y la gestión del tiempo dentro de Silicon Valley, y muchas adolescentes me han dicho que tienen un “rinsta” (su cuenta real de Instagram) para una audiencia más amplia y además crean un “finsta” (un Instagram “falso” que solo puede ver su círculo más íntimo) para sus amigos más cercanos.
Muchos adolescentes utilizan versiones abreviadas de sus nombres o alias para sus cuentas finsta, que a menudo consideran una oportunidad para compartir una versión menos editada y menos filtrada de su vida. Puede que pasen mucho tiempo intentando capturar la foto perfecta de Instagram para el rinsta, que se conecta con una audiencia general más amplia, mientras que en la cuenta finsta podrían revelar, como lo declaró una estudiante de preparatoria, sus “pensamientos más íntimos”. Como los adolescentes del grupo de Facebook de Harvard, aquellos que usan cuentas finsta pueden tener una idea falsa de la supuesta seguridad que tienen para decir y hacer cosas que no querrían admitir ante una audiencia más extensa.
Y puesto que gran parte de la vida social de los adolescentes en las redes sociales se basa en el miedo a que los descubran, muchos han llevado sus actividades en línea a distintos medios de comunicación clandestina. Los grupos cerrados y secretos de Facebook son una de las maneras en que los adolescentes (¡y adultos!) circunscriben la comunicación a un grupo selecto… un grupo cerrado se siente más privado porque permite que el administrador apruebe a nuevos usuarios y monitoree el contenido. Los grupos secretos de Facebook no pueden rastrearse y los miembros solo pueden ser añadidos o invitados por otro miembro. Otro truco es utilizar aplicaciones ocultas como Calculator% y Calculator+ que parecen calculadoras normales, pero requieren que los usuarios pongan una contraseña para revelar un área de almacenamiento oculto donde hay fotos privadas.
Entre los adolescentes que guardan secretos también son populares las aplicaciones de almacenamiento como Vaulty, con la que los usuarios ocultan fotos y videos, y también tiene una función que permite tomar una fotografía con la cámara frontal para captar a alguien que intente acceder a la aplicación utilizando una contraseña incorrecta. ¿Cuál es el truco más astuto de Vaulty? Los usuarios pueden crear dos contraseñas para una bóveda y cada contraseña está enlazada a distintos niveles de acceso. Así, si un padre insiste en que el adolescente le dé la contraseña, de cualquier modo podría tener acceso limitado. Algunos adolescentes simplemente ocultan las aplicaciones dentro de carpetas en sus celulares. Los padres que se preguntan si sus hijos están ocultando algo podrían revisar si los historiales de búsqueda se han limpiado o si hay un aumento inexplicable de uso de datos.
La pronta disponibilidad de herramientas para ocultar el uso de redes sociales de los adolescentes puede ser problemática y provoca que estos compartan demasiadas imágenes, videos y comentarios. Pero desde hace tiempo se ha demostrado que esa privacidad no es confiable, porque la información compartida dentro de un grupo privado puede guardarse fácilmente como una captura de pantalla para después compartirla con una audiencia más grande. La noción de la privacidad en línea es solo tan confiable como las relaciones que tienen los adolescentes con otros usuarios y eso, combinado con las preocupaciones generales en torno a la privacidad, brinda pocas garantías de que la información en línea se mantenga secreta. En el caso de los estudiantes de Harvard, los administradores se enteraron de las imágenes y los mensajes compartidos dentro de una conversación grupal privada, lo cual muestra con qué facilidad la información que se comparte tras muros digitales puede divulgarse rápidamente.
¿Qué motivaría a esos adolescentes, al parecer inteligentes, a comportarse de forma tan imprudente en línea? Muchas personas —tanto adultos como niños— creen que los me gusta, los comentarios y los seguidores son un barómetro de popularidad, incluso dentro de un grupo más cerrado y pequeño. Los adolescentes pueden enfrascarse rápidamente en un ciclo en el que publican y comparten imágenes y videos con los que creen que obtendrán una mayor reacción. Al paso del tiempo, los valores de los adolescentes pueden retorcerse en un mundo digital de retroalimentación instantánea y su comportamiento en línea puede basarse en sus valores para obtener me gusta y no en los de la vida real.
Hay un fundamento verdaderamente biológico para este comportamiento. La combinación de la presión en las redes sociales y el subdesarrollo del córtex prefrontal, la región del cerebro que nos ayuda a racionalizar las decisiones, controlar la impulsividad y hacer juicios, puede contribuir a las publicaciones ofensivas en línea.
En un estudio reciente, investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles descubrieron que las áreas de cerebros de adolescentes enfocadas en el procesamiento de recompensas y la cognición social se activan de manera similar cuando piensan en el dinero y el sexo que cuando ven una foto que tiene muchos me gusta: en las redes sociales. Cuando los adolescentes vieron fotos consideradas riesgosas, los investigadores encontraron que las regiones del cerebro enfocadas en el control cognitivo no se activaban tanto, lo cual sugiere que podría ser más difícil que tomen buenas decisiones al ver imágenes o videos gráficos. Los adolescentes que buscan validación externa se intoxican con la participación sensacionalista y a veces envían fotos o comentarios comprometedores. Desde luego, algunos adultos han caído en la misma trampa.
Aunque el 86 por ciento de los adolescentes dicen que sus padres los han aconsejado de manera general sobre el uso de internet, investigadores de Common Sense Media hallaron que el 30 por ciento de los adolescentes que están en línea creen que sus padres saben “poco” o “nada” acerca de qué aplicaciones de redes sociales y sitios utilizan. Sin embargo, los adolescentes dicen de cualquier manera que sus padres tienen la mayor influencia al momento de determinar qué es apropiado e inapropiado en internet.
Los adultos necesitan cambiar el diálogo en torno al uso de las redes sociales de los adolescentes; que no se trate del miedo a ser atrapados sino sobre una socialización saludable, la autorregulación efectiva y la seguridad general.
Algunos padres tratan de controlar el uso de las redes sociales de sus adolescentes con aplicaciones propias. Bark, una aplicación que monitorea las cuentas de 20 plataformas de redes sociales diferentes, junto con las cuentas de mensajes de texto y correo electrónico de iOS y Android, alerta a los padres sobre comportamientos potencialmente riesgosos. TeenSafe vincula los celulares de los adolescentes directamente con los de sus padres, y permite la supervisión completa de llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto, uso de redes sociales y geolocalización.
Pero una vigilancia de alto nivel, como esa, corre el riesgo de acabar con la confianza de los adolescentes en un momento crucial de desarrollo.
Otra opción es ayudar a los jóvenes usuarios de redes sociales a darse cuenta de que sus experiencias en línea y en la vida real están más entrelazadas de lo que piensan. Los padres podrían citar sucesos actuales, por ejemplo, como el caso de Harvard, para recordarles que nada es completamente privado en línea y para entablar un diálogo sobre las formas en que la información privada puede llegar a divulgarse.
El uso de preguntas abiertas ayudará a estimular a los niños para que identifiquen y desarrollen sus propios valores y estándares en torno al comportamiento apropiado en línea. Ayudarles a pensar cómo reaccionar o comportarse en ciertos contextos puede darles la confianza necesaria para tomar mejores decisiones bajo presión. Porque, al final, las opciones de vida que los adolescentes toman en línea pueden tener resultados en el mundo real… como le sucedió a esos estudiantes que aprendieron por las malas cuando su admisión a Harvard fue cancelada.
Tomado del New York Times